La mamá que se olvido

La Mamá que se olvidó!
Yo fui esa mamá. Mi hogar era perfecto, mis niños maravillosos, siempre había galletas o pastel en el horno, la mesa del comedor por las tardes era un lugar para hacer manualidades, buenas calificaciones mientras estudiaba, mi trabajo increíble, mi relación de pareja envidiable, la casa limpia y los juguetes en su lugar. Pero todo era mentira y me costaba mucho seguir manteniendo esa fachada.
Algo nos pasa a algunas mujeres que nos olvidamos de nosotras mismas cuando somos madres y esposas. Nos convertimos en la mamá de X, la mujer de Y. Nos envolvemos en la vida de los niños y nos consume la rutina y el cansancio. Algunas mujeres ganan unos kilos, otras los pierden. Muchas abandonan los tacones, el maquillaje, y agarran unos tenis y una liga para el cabello. Todas las semanas es lo mismo entre atender la casa y las mil actividades y vueltas de los niños.
Olvidamos lo que nos gusta, lo que nos hace sentir bien. Preferimos pagar la clase de baile de la niña que comprarnos un vestido nuevo. Dejamos de lado las clases de pintura, la maestría que queríamos estudiar, el viaje que queríamos hacer porque ahora tenemos otras prioridades. Nosotras dejamos de ser prioridad. Y eso es lo que hacen las buenas madres, ¿o no?
El estar tan ocupadas todo el día nos hace sentir que estamos haciendo las cosas bien. Las porras de los que ven desde afuera la perfección de nuestra maternidad nos alientan y nos hacen pensar que vamos por el buen camino. Pero, en el fondo, nos sentimos morir.
Así me sentí yo. Me olvidé de mí, dejé de ver lo importante. Dejé de ver que yo también necesitaba afecto y cuidados. Porque en realidad sí los necesitamos. Y fue un día que por amor a mis hijos desperté y me di cuenta del infierno de perfección que me había creado. De pronto quise regresar al Yoga, quise ponerme tacones de nuevo y pintarme los labios de rojo. De pronto también me di cuenta de que ya no tenía una pareja y de que yo tampoco era una esposa.
No me di cuenta a qué hora dejé de ser yo y me convertí en mamá. No me di cuenta que ya no leía, que ya no disfrutaba a mi pareja. No me di cuenta que estaba triste porque estaba tan ocupada. Me gustaría que todo hubiera sido perfecto como se ve en las redes sociales o en los medios de comunicación, pero la realidad es que la mayoría de las panzas de mamás tienen estrías, la mayoría de los niños no crecen a ser sobresalientes, la mayoría de las mamás estamos cansadas, la mayoría de las relaciones exitosas requieren de mucho más ceder de lo que te permite ser feliz.
Decidí cambiar. Decidí dejar ver lo imperfecta que era, reventar mi burbuja. Decidí separarme, aunque fuera aterrador, decidí educar a mis hijos diferente. Los enseñé a ser agradecidos, los enseñé a valerse por sí mismos, a luchar por lo que quieren. Les demostré las carencias en las que viven millones para que pudieran apreciar sus bendiciones, les demostré que soy mujer y que siento y que valgo y que yo también me voy a atender.
Ahora sí me como el último pedazo de pastel. Si quedan solo tres galletas, me las como yo para que no se peleen. Si puedo, voy a hacerme un manicure, o voy a comprarme un vino. Si puedo me voy a cenar sin niños y me hice de un buen grupo de amigos.
Me organicé diferente porque es desgastante ser chofer toda la tarde. Todos mis hijos van a clases extracurriculares el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar. Muchos colegios y centros culturales/deportivos te brindan esa facilidad. Y poco a poco comienzas a recobrarte, comienzas a valorarte y a ser feliz.
Yo creo que somos muchas mamás las que nos olvidamos. Pero también nos olvidamos que si nosotras estamos bien, los niños van a estar bien. Así que, mamás, relájense tantito y no se obsesionen con la perfección porque este trabajo nunca se acaba
Autor desconocido

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